martes, 26 de diciembre de 2006

martes, 21 de noviembre de 2006

esto que soy

...
Mucho caminó Lucía, y a lo largo de su viaje iba siempre
acompañada por los ecos de los ecos de aquellas lejanas voces que
ella había escuchado, con sus ojos, en la infancia.


...

EGaleano

domingo, 22 de octubre de 2006

Azul (Pero)

Estaban todos los faroles de las calles rotos, las paredes sucias y despintadas, las ventanas llenas de polvo y el resto de los viejos árboles estaban grises del tiempo despedazado hasta lo más mínimo en los años.
Pero nada importaba, todo estaba en el sueño y podía deformarse en cualquier momento. Ser ahora una galería pública en el centro de la ciudad, con gente cargando bolsas y relojes, tapando cualquier recuerdo de la vieja ciudad, enterrando el polvo y las piedras con el mosaico brilloso y los zapatos nuevos.
Pero estaba caminando por la tierra gris, y los ecos de silencio tenían más sentido que cualquier música. No había ningún rostro en las ventanas aunque sabía que deambulaba entre fantasmas. Podía sentirlos en el frío de las esquinas como si gritaran, como si mi presencia los perturbara.
Pero tal vez no estaban, quizás mi imaginación y mi sueño era soledad, era una ciudad vacía y obsoleta, sin bosques ni gente, ni historia ni nada. Una carencia de sentido, y yo, caminando, parado al fin, sin nada que hacer ni encontrar en el medio de mi mente, de mi sueño, de la ciudad.
Pero otra vez cambiaba y sentía que no era yo, que mi cuerpo no era el mismo. Me tornaba azul y eso se extendía a mi alrededor. No eran mis ojos, porque también olía azul y sentía ese color en los pies, en el cuerpo, en la calle y en los techos, azul perdiéndose con el gris de las cenizas.
Pero el hilo no seguía. Había vuelto el viejo escenario de fantasmas, y el silencio y la poca luz helaban los huesos. El aire denso se movía lento y me enviciaba los ojos. Aparecían formas difusas, gente y cosas, formas inconclusas. Cuerpos transparentes andaban a mi alrededor, me aplastaban, me empujaban, no paraban de moverse, lento, como pesados.
Pero yo me abría paso entre los muertos, mirando con mis ojos como si fuesen nuevos, como si no necesitara del aire, como si el peso de la muerte estuviese en otra atmósfera. Vagaba yo, las sombras miraban a través de mí, había miles de historias ahí y algo que yo no percibía, ciego de alguna dimensión fuera de lo vivo, etéreo.
Pero en una esquina estabas vos. Veía tu cuerpo semitransparente pero vivo, mirando, con los ojos perdidos. Te hallabas quieta, rompiendo el movimiento de las sombras obtusas. No me mirabas, no sonreías. Quise llamarte pero no tenía voz, no había forma de quebrar el silencio sepulcral, mi respiración comenzaba a agitarse... entre tanta soledad te necesitaba cerca. Había que falsear de algún modo las distancias, los espacios, los silencios que me alejaban cada vez más de vos, tenía que encontrar la forma, tenía que encontrarte...
Pero intentaba moverme y las manos en el aire me inmovilizaban totalmente, las veía, presionando mi piel, mis brazos, mi cuello, yo intentaba soltarme, era inquietante, era imposible, tanta presión, gritaba y no se escuchaba, te llamaba, forcejeando, no podía persuadirte, era horrible, te alejabas, y yo, no ...
Pero algo pasó de repente. Un pequeño viento fresco se abrió por entre las densas sombras. Me rozó la espalda. Lentamente me fue liberando de mi sujeción. De a poco dejé de sentir las sombras, el peso. Podía disfrutar un aire fresco abrazándome. Las formas densas seguían ahí, retorciéndose, horrendas. Pero ya no las sentía cerca. El viento me fue llevando hacia vos, que te habías quedado quieta, de espaldas, tan bella como siempre, tan silenciosa. Te encontré en mi sueño soñando lo mismo, te abracé, besé la piel de tus hombros, me hundí en tus ojos gigantes que no dejaban de mirarme, te soñé, te soñé... y vos, increíblemente me soñaste, igual, lo mismo nos soñamos...
Pero te despertaste, te borraste de ahí, y me desperté abruptamente, y ya no estabas a mi lado.

domingo, 17 de septiembre de 2006

m o m e n t o


Cruzaste a la otra orilla del rio,
tu vida en frente.
Mirabas pensativo,
fumabas un cigarrillo sin sabor,
por costumbre.
Tu vida estaba en frente,
esta vez no en tu reloj,
no en tus problemas.
De vez en cuando te hace bien
sentarte afuera,
a mirar.




foto: gracias PabloT

miércoles, 6 de septiembre de 2006

Verde(s)

Ella iba a llegar antes de lo acordado (como siempre) y yo quería dejar(le) todo preparado. Todavía me quedaba tiempo de sobra. Puse la pava a fuego lento, siempre andaba despistado y el hervor solía ganarme de mano. Miré mi habitación, de a poco y fijando la vista de a ratos en cada lugar, como si pensara en algo. Y es que sí pensaba en algo. Ese espacio tan pequeño a veces me apretaba, la mesa y las sillas tan cerca de la cama y de los cuadros, tan cerca de la cocina y del balcón, de la mesita del teléfono, de todo, de mí. Miraba la puerta del baño pensando que ese era el espacio de uso menos general de todo el departamento, y así, entonces, de todos modos estaba considerando que una buena ducha, cepillarme los dientes, afeitarme, lavarme la cara, peinarme, cortarme el pelo, etc. era todo lo mismo. Jaja qué ocurrente. Y así entonces todo era una mezcla de todo, agarrar el paquete de yerba de la alacena y ver que tenía que ir otra vez al supermercado, aunque debía cuidar los gastos porque los remedios, la nena, el café y ¡uy! Quería comprarle chocolates a Azul, que tanto le gustan. Las ideas en mi mente empezaban, como estas oraciones, y se perdían, se enredaban con todo lo que venía a mi cabeza, sin permiso y sin cuidado, reclamando prioridad y transformando todo en un desorden. En un desorden como mi habitación, como mi vida.

Azul iba a llegar y yo tenía que dejarle todo en orden.

Ella iba a entrar, despacio, como acostumbraba a moverse, y no tenía que estar mi ropa tirada en el piso. Iba a caminar conmigo de la mano en los pocos metros que delimitan mi (vida) departamento, sin embargo no podía haber colgado nada desde arriba. Ni lámpara, ni planta, ni llamador de ángeles. Cada vez que ella venía era recomenzar el orden, otra vez desde otro ángulo, pensando que esta vuelta no importaba la estética, todo ese despilfarro decorativo perdía el sentido realmente. Los ojos de ella eran las manos, era su cuerpo, y a mi me costaba entenderlo.

Volví a mirar la habitación y me dio la sensación de que era distinta. En ese instante me di cuenta de que eso no influía en mi mate, así que no había razón para dejarlo preparado por la mitad. Terminé de armarlo, miré el agua. Todavía estaba a tiempo. Salí al balcón a amontonar todas las (cuatro) macetas en un rincón, del lado en el cual a pesar de los edificios todavía da el sol a ciertas horas. La gente caminaba por la vereda como todos los días, como todos los martes cinco de septiembre a las cinco de la tarde, como si yo no estuviese en el balcón mirándolos, como si ellos no caminaran. Como si la vida fuese tan relativa, si las cosas cambiaran dependiendo de uno, si a la economía de Rusia o al florista de la calle San Niccolo en Italia le importara que yo prendiera un cigarrillo y tirara las cenizas por el balcón.

Pero claro, a Azul sí. Ella estaba por llegar y yo todavía no había dejado nada listo. Apagué el cigarrillo por la mitad y me dispuse a ordenar de una vez por todas. Juntando papeles encontré los discos que le había comprado, “algo de violín o alguna cantante buena, eso a tu criterio”. ¿Cómo podía confiar en mi criterio? Por las dudas yo confié en el criterio del vendedor de la disquería, que seguramente sería más objetivo en la elección que yo.

Acomodaba las sillas cuando sonó el timbre. El ruido repentino me sacó abruptamente de mis pensamientos, y de repente, caí en cuentas de lo que estaba haciendo, que tan fácilmente lo había desplazado de mi mente. Ordenaba, había llegado Azul, y la cocina se estaba llenando de vapor, otra vez, del agua hervida.

lunes, 28 de agosto de 2006

l'air du vent


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Entre la oscuridad de la caja, el pobre había encontrado un pequeño agujerito por donde asomar la nariz y respirar, de a ratos, con los ojos cerrados, imaginando lo que había afuera, olvidando en el instante las sombras que lo envolvían...

lunes, 14 de agosto de 2006

apurá te digo que llega el río

" y después de todo sólo nos quedaba,
nos queda la lúgubre tarea de seguir siendo dignos,
de seguir viviendo con la vana esperanza de que
el olvido no nos olvide demasiado"

JC-Las caras de la medalla

jueves, 27 de julio de 2006

(amarillo)

Quieto.
Inmóvil como un cadáver viejo,
reflejando nada.
Así te vi, así te encontraba cada vez, el mundo girando a tu alrededor y vos inalterable.
Punto. Tus dedos fríos buscaban esto que soy yo, buscaban mi boca (tal vez) para saber que soy yo.
Que soy yo, que te estaba viendo, que tus ojos ciegos no me asustaban.
Y seguías quieto igual, yo ahí y vos quieto igual,
¡Quieto igual!
No esperaba que te muevas, pero vos estabas quieto. El aire se enviciaba y la luz de la ventana se perdía contra el techo, amarilla para mí (para vos indistinto).
Me movía yo y vos estabas quieto,
siempre lo mismo,
siempre inmóvil,
siempre quieto,
siempre inmóvil .
Nunca pasó nada y te moriste, quieto, tieso, inmóvil te moriste, en el mismo lugar que te encontraba, con los mismos ojos blancos, con el mismo cuerpo frío, con lo mismo... con lo mismo que te amaba, con lo mismo.

domingo, 2 de julio de 2006

NARANJA

El sol de la media tarde comenzaba a molestarle los ojos mientras caminaba acompañando la baranda del río. Por esos caminos siempre soplaba el viento, aunque esa vez el frío no era un factor importante. La primavera había traído a la escena una gran variedad de aficionados al paseo, y a su vez ellos atraían a muchos vendedores ambulantes, que por momentos interrumpían el lazo entre los flacos dedos de la mujer y el metal negro de la baranda. Ella amaba mirar las islas recortadas con una línea naranja del sol ya soltando sus últimos (y más bellos) rayos. Tenía la impresión de que el astro radiante era el responsable de semejante escenario para la tarde de todos los transeúntes, y que, de cualquier forma, nadie podía sentirse excluido de ese marco.
Ella caminaba lento, parecía sin rumbo, con pasos sin principio ni fin. No iba cabizbaja pero sus ojos parecían pesarle sobre su cara. En la mano izquierda traía un portarretratos pequeño, con la cara de una niña alegre, pequeña, inocente. De vez en cuando lo levantaba y se detenía a mirarla, pero nuevamente el reflejo del sol contra el vidrio molestaba sus ojos, esa luz anaranjada que le nublaba la vista...
Era una bella mujer, tal vez su piel revelaba más años de los vividos, detrás de cada detalle sobre el relieve de su cuerpo había una historia, una novela que, de haber sido escrita y publicada en algún libro, estarían aplastándole la cabeza contra los hombros. Llevaba pantalones y un saco, zapatos negros y una boina, como si hubiese sido importada desde el pasado y mezclada entre las nuevas modas, sin ningún prejuicio. El pelo negro le brillaba por el efecto del sol dejándola más hermosa (ella enamorada del febo y éste seducido por su cuerpo: había una armonía perfecta).

Caminó largo rato. En un banco se sentó, sacó de su bolso un cuaderno y escribió: "La muerte no tiene el mismo color que este sol, que esta tarde, en que no puedo traerte de vuelta, de donde te envié con ella." Soltó el lápiz y estiró los brazos para liberar tensiones, y el viento sin quererlo le sacó la hoja del regazo.
Lentamente se acercó un hombre viejo con una cámara polaroid en su mano.
- Disculpe señorita, ¿no quisiera tomarse una foto en este paisaje tan bello que nos ofrece el sol naranja en esta ribera del Paraná?
Ella levantó la cabeza y sonrió a penas. Le parecía agradable la cara del señor, una mezcla oscilante entre serenidad y resignación.
- ¿A usted también le agrada el color del sol a esta hora de la tarde? Yo creo que todas estas personas que vagan por este escenario podrían encontrarse mil y una vez en distintos lugares atraídos solamente por estos destellos de luz. Es, creo yo, una extraña afinidad con la no terminada muerte de la tarde, el sabor a transición que en los hombres es constante, e inconscientemente, nos arroja a la incertidumbre de no saber si era mejor haber disfrutado el día o agradecer la llegada de la ansiada noche. Una necesidad también de sentir a penas el calor tímido de esta hora, que agrada a la piel sin pedirle nada a cambio...

El viejo, sonrió, tomó de su maleta un álbum de fotos y se lo acercó a la mujer.
- Estos son los soles que más aprecio. Tienen mucho de mí y tienen mucho de ellos mismos...- abre el álbum - aquí está el sol recortado por la persiana contra la pared de mi antiguo hogar... éste es el sol de Remanso Valerio...

- Y esta es mi niña.
El señor estiró su brazo y tomó el portarretratos. Observó largo rato la foto. Miró una y otra vez, alternando entre la mujer y la imagen. Puso cara pensativa, levantó la vista, movió los labios. Vaciló. Volvió a mirar a la niña, y luego dijo:

-Tiene los ojos perdidos.
- Es ciega. (silencio)
-(silencio)
- Su padre... - se tomó la cabeza como dolorida - bueno, nada. No es cuestión de estar siempre repartiendo culpas. Ella es muy pequeña y frágil para enfrentar una tristeza tan grande.
- ¿Por qué le parece tan (enfatiza) trágico?
- Los primeros momentos de su vida están empapados de colores y formas, sus pasos, sus descubrimientos, sus alegrías, sus miedos, todo lo fue descubriendo mediante colores. Nuestra casa estaba llena de cuadros y pinturas, ella inevitablemente aprendió a vivir entre el rojo y el violeta, como el arco iris. Cada punto, cada instante tiene su color.

- mmm... comprendo. ¿Hace mucho que es ciega?
La mujer sacude la cabeza hacia los lados, y responde "más o menos".
- Ah. - piensa unos segundos - Es pequeña, los niños tienen una gran capacidad de adaptación a los cambios. Vaya descubriendo usted qué es el mundo hoy para ella. Pregúntele qué es el naranja.
Se acerca una pareja hacia el hombre y le piden que les tome una foto. Se dirige otra vez a la mujer, se despide gestualmente y antes de alejarse le pregunta:

-¿Cómo se llama su niña?
- Azul

martes, 13 de junio de 2006

ROJO

Todo fue tan rápido como intenso. Ella no llegó a decirle todo lo que quería, y él no alcanzó a compaginar sus sentimientos. Él iba para un lado, ella para el contrario. Tuvieron algo en común: ninguno miró al cruzar. Hombro contra hombro, chocaron. No se miraron. Juntaron todo rápido porque el reloj no quiso detenerse a esperarlos. Perdón, disculpá, no te ví, fui yo la distraida, no, no digas eso, yo vengo pensando todavía en la oficina, gracias, tomá, esto es tuyo, estoy apurada, buen día, adios.
A Julieta no le fue difícil encontrar el colegio donde Ricardo trabajaba, para devolverle los exámenes que, lógicamente, se habían traspapelado en el episodio.
Julieta se acercó diciendo "Buenos días, le devuelvo estas hojas que seguramente son de usted, no se si se acuerda, ayer... en el colegio me indicaron que estaría aquí". Ricardo casi sin levantar la cabeza balbuceó un enredo de palabras sobre su rutinario café de media mañana, los exámenes, los horarios, unas gracias y una cordial invitación a un capucchino que casi se confundía con la aceptación de la dama. Ella se sentó y por primera vez lo miró a los ojos, sencillos, marrones y gigantes, con una particularidad: se vió en ellos. Y se asustó. Él sonrió observandola meticulosamente, sobre la piel nueva y pálida encontró un dejo de confianza y entonces le reclamó el derecho de saber su nombre ya que ella había encontrado el suyo en los papeles.
Mujer de pocos años y voz frágil era ella, demasiado sensible y nueva para escuchar que le decían "Julieta, yo ya ví esa boca en un sueño mío". Y quiso no temblar cuando aceptó salir con él pero se notaba en sus pasos inseguros. Las guillerminas rojas en sus pies pequeñitos danzaban vergonzosamente al lado de los zapatos negros, con la timidez de no acercarse demasiado, por miedo a pisarlos o ser pisados.
El asiento trasero del auto estaba lleno de libros y papeles, la voz temblorosa se fué serenando mientras la conversación se iba inundando de títulos, autores, personajes preferidos. Discutieron sobre Otelo y sobre Kafka, se rieron a destiempo y al unísono, no quisieron hablar sobre sus vidas aunque entre líneas se encontraron los detalles. Él descubrió en ella una estudiante ingénua y solitaria, ella vió en él un hombre decidido, feliz y aventurero. Ricardo notó cómo Freud brotaba de las ideas de la niña, Julieta se divertía encontrando en él términos científicos entremesclados con historias cotidianas. Ninguno preguntó si eran acertadas sus ideas, los dos se las creyeron.
Llegaron a la casa sin querer explicar tantos besos, tanta euforia entre los dos, desconcertante. La luz del mediodía se entrometía en la escena, quisieron evitarla con las cortinas pero ya no importaba, el bello aire de una cálida mañana estaba adentro. Desde un portaretratos los ojos de una niña los vió caer sobre la cama de dos plazas. Tantearon sus costumbres y aprendieron en instantes, a ella le gustaban las caricias en la espalda, a él le gustaban los besos en el cuello. Se entendieron muy bien, empezaron de nuevo, se cansaron, se durmieron, tanto que no escucharon que la puerta se abrió, no sintieron los pasos crujiendo por el piso viejo, ni la respiración profunda y tranquila del visitante. Por la ventana entraba un viento que le cubría el rostro con el largo pelo negro.En un instante se oyó rodar un anillo por el suelo. El sol contra el metal devolvía una luz dorada contra el pantalón que había entrado en la escena. Fueron pocos segundos, parecieron largas horas, todo sucedió sin un fallo, los nuevos labios susurraron una canción conocida, los disparos fueron rápidos, efectivos y tan precisos que ellos despertaron sólo para ver como sus cuerpos desnudos se cubrían con la sangre roja del amor fresco.

donde el cielo remonta vuelo en el Paraná...


Agua del río viejo llévate pronto este llanto lejos...

lunes, 12 de junio de 2006

Luz

Entre el violeta y el rojo estaba todo.
Allí cuando me decidí a caminar me encontré con tus ojos.
Me mirabas, pues no sabías en qué color estabas.
Creo que esperaste una respuesta de mi,
(a una pregunta que no hiciste)
pero yo me perdí entre los colores.
Nadie es blanco, ni el niño nube, ni Blancanieves.
Pero si lloras tanto como para empapar tu cuerpo del agua que te brota,
la luz sólo te hará deslizarte por todo,
entre el rojo y el violeta.