martes, 13 de junio de 2006

ROJO

Todo fue tan rápido como intenso. Ella no llegó a decirle todo lo que quería, y él no alcanzó a compaginar sus sentimientos. Él iba para un lado, ella para el contrario. Tuvieron algo en común: ninguno miró al cruzar. Hombro contra hombro, chocaron. No se miraron. Juntaron todo rápido porque el reloj no quiso detenerse a esperarlos. Perdón, disculpá, no te ví, fui yo la distraida, no, no digas eso, yo vengo pensando todavía en la oficina, gracias, tomá, esto es tuyo, estoy apurada, buen día, adios.
A Julieta no le fue difícil encontrar el colegio donde Ricardo trabajaba, para devolverle los exámenes que, lógicamente, se habían traspapelado en el episodio.
Julieta se acercó diciendo "Buenos días, le devuelvo estas hojas que seguramente son de usted, no se si se acuerda, ayer... en el colegio me indicaron que estaría aquí". Ricardo casi sin levantar la cabeza balbuceó un enredo de palabras sobre su rutinario café de media mañana, los exámenes, los horarios, unas gracias y una cordial invitación a un capucchino que casi se confundía con la aceptación de la dama. Ella se sentó y por primera vez lo miró a los ojos, sencillos, marrones y gigantes, con una particularidad: se vió en ellos. Y se asustó. Él sonrió observandola meticulosamente, sobre la piel nueva y pálida encontró un dejo de confianza y entonces le reclamó el derecho de saber su nombre ya que ella había encontrado el suyo en los papeles.
Mujer de pocos años y voz frágil era ella, demasiado sensible y nueva para escuchar que le decían "Julieta, yo ya ví esa boca en un sueño mío". Y quiso no temblar cuando aceptó salir con él pero se notaba en sus pasos inseguros. Las guillerminas rojas en sus pies pequeñitos danzaban vergonzosamente al lado de los zapatos negros, con la timidez de no acercarse demasiado, por miedo a pisarlos o ser pisados.
El asiento trasero del auto estaba lleno de libros y papeles, la voz temblorosa se fué serenando mientras la conversación se iba inundando de títulos, autores, personajes preferidos. Discutieron sobre Otelo y sobre Kafka, se rieron a destiempo y al unísono, no quisieron hablar sobre sus vidas aunque entre líneas se encontraron los detalles. Él descubrió en ella una estudiante ingénua y solitaria, ella vió en él un hombre decidido, feliz y aventurero. Ricardo notó cómo Freud brotaba de las ideas de la niña, Julieta se divertía encontrando en él términos científicos entremesclados con historias cotidianas. Ninguno preguntó si eran acertadas sus ideas, los dos se las creyeron.
Llegaron a la casa sin querer explicar tantos besos, tanta euforia entre los dos, desconcertante. La luz del mediodía se entrometía en la escena, quisieron evitarla con las cortinas pero ya no importaba, el bello aire de una cálida mañana estaba adentro. Desde un portaretratos los ojos de una niña los vió caer sobre la cama de dos plazas. Tantearon sus costumbres y aprendieron en instantes, a ella le gustaban las caricias en la espalda, a él le gustaban los besos en el cuello. Se entendieron muy bien, empezaron de nuevo, se cansaron, se durmieron, tanto que no escucharon que la puerta se abrió, no sintieron los pasos crujiendo por el piso viejo, ni la respiración profunda y tranquila del visitante. Por la ventana entraba un viento que le cubría el rostro con el largo pelo negro.En un instante se oyó rodar un anillo por el suelo. El sol contra el metal devolvía una luz dorada contra el pantalón que había entrado en la escena. Fueron pocos segundos, parecieron largas horas, todo sucedió sin un fallo, los nuevos labios susurraron una canción conocida, los disparos fueron rápidos, efectivos y tan precisos que ellos despertaron sólo para ver como sus cuerpos desnudos se cubrían con la sangre roja del amor fresco.

donde el cielo remonta vuelo en el Paraná...


Agua del río viejo llévate pronto este llanto lejos...

lunes, 12 de junio de 2006

Luz

Entre el violeta y el rojo estaba todo.
Allí cuando me decidí a caminar me encontré con tus ojos.
Me mirabas, pues no sabías en qué color estabas.
Creo que esperaste una respuesta de mi,
(a una pregunta que no hiciste)
pero yo me perdí entre los colores.
Nadie es blanco, ni el niño nube, ni Blancanieves.
Pero si lloras tanto como para empapar tu cuerpo del agua que te brota,
la luz sólo te hará deslizarte por todo,
entre el rojo y el violeta.