miércoles, 21 de mayo de 2008

Malditos


Azul y fuego - ERNESTO BERTANI


Estaban en la primera fase, esa en que todas las sensaciones se sobredimensionan, en donde los juegos se vuelven una evaluación terrible y los encuentros comienzan en la cabeza de uno hasta llevarlos al choque, luego a la distancia y de vuelta a las cabezas, esta vez más pesados y más eternos, fase alfa en que una charla de café se vuelve el tema del insomnio posterior, el azúcar en la taza no es más inercia sino que es la dramática acción de llevar azúcar desde aquí hasta allá, etapa donde los dedos tiemblan por animarse al roce, al salto desesperado de abrazar y de pegar los labios para recordar que en esta etapa un beso apasionado tiene el poder de encapsular, de abstraer, de anular todo contexto porque el beso no necesita más que el beso y la sensación de labio húmedo, la emoción de coincidir los movimientos y creer que todo funciona a la perfección.
Ellos atravesaban esos momentos en los que él no se siente seguro de hacer nada y ella reprime compulsiones de hacer todo y termina en una hilera interminable de pensamientos desesperados, se juntan otra vez, enroscados y enredados con los dedos con los brazos con las piernas, parecen una llama agitada que se aviva y crece, iluminando todo a su alrededor, brillan, brilla y quema y se apaga y las cenizas vuelven a su casa a bañarse y volver al insomnio y a la explosión incontrolable de pensamientos inconexos, ella entonces mira el fondo de la taza de café vacía y él mira el piso debajo del televisor que intenta robarle la atención, los dos pensando la misma idea insoportable de saber que todo se va a poner muy turbio de un día para el otro, que toda esa pasión no es más que una enfermiza conducta que ya ni intenta pasar desapercibida, es una mentira que ya aceptamos creer aún conociendo el final tan amargo y desolador.
Ellos están enamorados de la suerte o la desgracia de haberse conocido, de descubrir que no pudieron decidir si se querían porque algo ya estaba preestablecido, ellos atribuyen la increíble coincidencia de encontrarse sin estar buscándose, la obligación de besarse porque debe estar escrito o lo va a estar pronto, porque por más que intenten escaparse para evitarse el dolor futuro del acto terrible que consuman hay una cadena que ya está forjada entre los dos. Entonces unos ojos celestes enormes se acercan a unos ojos marrones enormes, los cuerpos se estrellan en forma desesperada como si Aristógenes siempre hubiese tenido razón al decir que las mitades un día se encontrarían nuevamente, pero no, realmente los dos saben que todo es falso, que en el próximo tiro probablemente salga el doble cero, y los dos sigan perdiendo en este juego, los dos saben que uno se apagará primero, tal vez porque la novia de él se lo lleve para siempre, tal vez porque ella se destiña de tristeza, quizás porque él un día no se acuerde cómo volver a su casa, quizás porque ella se escape con el francés de la plaza, tal vez porque lo nuevo deje un día de ser nuevo, porque el amor realmente no existe para unir sino para separar, que es como tocar para romper y salir corriendo, porque al fin es darse cuenta que lo que se rompe es un espejo y que ahí estamos, yaciendo en el piso en mil pedazos por un golpe que nos dimos nosotros mismos.
Ellos lo saben, realmente lo saben, pero no les importa.




jueves, 1 de mayo de 2008

no entiendo a tus ojos

Quizás un día tus ojos crucé y sin saberlo no los olvidé,

ahora no puedo dejar de mirarte, tampoco me animo a hablarte...




(foto: gracias al que me regaló esa flor)