martes, 2 de enero de 2007

(índigo)

La niña dormida. Silencios. La habitación en una casa inmensa. El sol a penas en la ventana. Luz. Las pantuflas en el piso. Calor. Ahora ella moviéndose. Ella, blanca. Ella, pálida. Ella, fría como el mercurio. Las escaleras caracol hasta la planta baja. Un pie, el otro. Despacio. Tiempo, el reloj en la pared de abajo. La tierra en todos los rincones de la casa, en la puerta del patio. La mañana afuera, contra las plantas. Las manos siempre delante de ella. La baranda recorriendo el jardín, y sus dedos aferrados. Las rosas al final. Las rosas y su aroma fresco, ella detenida ante el olor. Sus manos apretando el tallo, su piel rasgándose con las espinas. Ella mordiéndose los labios. Dolor. Sangre. Gotas contra el piso, sangre resbalando por sus brazos flacos. La baranda otra vez, pasos hasta la puerta del patio. Planta baja, escaleras, planta alta. Una larga hilera de gotas en el piso. Otra habitación, una cama, su madre. La enfermedad, agonía, sueño profundo sobre la cama, las flores secas en el florero. La niña sigilosa. Las flores nuevas, donde las flores viejas. La niña viva, ciega, las múltiples marcas en las manos.