lunes, 10 de octubre de 2016

091016

Orgullo siento por la mujer que lucha,
orgullo porque la causa es mucha
y hace falta fuerza
para levantar un pueblo
que hace del silencio un refugio
y de la indignación un artilugio
para desviar el foco,
para hacer creer
 que reprimir es poco.

Un pueblo que se indigna
si la sangre de un aborto clandestino
mancha el vidrio de su ventana
interrumpiendo el sol de la mañana,
ensuciando las cortinas
que en su virginidad eran divinas
en el cuarto de la niña protegida
entre sus cuatro paredes,
donde no hay violencia
si ella cumple sus deberes.

Porque esa "una menos" de mañana
es una rebelde que hoy "hace lo que quiere
sin medir las consecuencias",
o tal vez es gente bien que la buena suerte
la abandonó en un mal momento
¡pero no por eso me ensucies el Monumento!
Porque el cuerpo no es tan propiedad privada,
es el precio que se paga por pretender libertad,
pero ¡Ojo, no me vayas a ensuciar la ciudad!
Que con represión mantendremos ordenado:
las pobres desdichadas, malnacidas por un lado,
que no obstruyan el paso apurado
de un aborto en ambulancia cubierto por obra social
de la chica bien que nunca hizo nada mal,
y pagó su cuota al día
para que la vida siempre le sonría.

Y lo triste, lo más triste, en verdad
es que mis palabras no son ironía,
todavía son simple realidad.

Por eso, sobre todo es importante,
mantener la voz en alto
y que todo el pueblo escuche,
y entienda que la única razón es esa:
hasta que no haya justicia
la lucha nunca cesa.