martes, 28 de julio de 2015

Pedro

"El cosmos es todo lo que es, lo que fue y lo que será", leyó. Se detuvo y releyó en voz alta. Su compañero de habitación a penas se movió. Ante la falta de reacción del receptor, continuó su lectura en silencio. A los pocos minutos surgió una respuesta:
 - Eso, suponiendo que existe una consolidación del Todo, en un nivel superior a la Perspectiva. - hizo una pausa repasando mentalmente lo que había dicho. - Y yo sigo sosteniendo que la Conciencia existe y depende de este plano, el Multidimensional.
Pedro quitó los ojos del libro nuevamente, tomó un trago más de coñac, miró a su compañero, abrió la boca. No dijo ninguna palabra.
Pedro, su compañero (casualmente se llamaban igual) continuó su respuesta:
- No es necesario, de todas formas, que me recuerdes tus ideas: - suspiró profundamente. - Que las Dimensiones no son más que una construcción, una organización formal del Lenguaje, generada ante la necesidad de decodificación del Ser.
Ambos Pedros se miraron y notaron que ninguno de los dos quería repetir una discusión que nunca había llegado a ningún puerto.
Pedro siguió leyendo mientras Pedro continuó dibujando, en pocas horas tenía que presentar unos trabajos. Sabían que el amanecer probablemente los encontraría aún despiertos.
"El lenguaje es todo lo que se ha escrito, lo que se escribe y se escribirá", leyó Pedro, y nuevamente releyó en voz alta.
- Eso es un jaque a tu propia teoría. 
Pedro nuevamente no supo qué decir. Sabía que si aceptaba lo que había leído, en consecuencia el Lenguaje saldría del plano de la Conciencia. Entonces necesariamente debía existir en otro nivel, seguramente superior. Una vez más cualquier razonamiento (el razonamiento en sí) caería en un grado inferior al conocimiento que se quería alcanzar. Se rehusaba siempre a darse por vencido en ese punto.
Pero también sabía que si comenzaba a refutar esa oración, iniciaría una extensa discusión con Pedro. Le generaba mucha culpa pensar que podría distraerlo demasiado y ser la causa de un trabajo no terminado.
Pedro tomó otro sorbo de coñac. Miraba a Pedro trabajar muy tranquilo mientras en su cabeza una catarata de palabras, argumentos, ideas inconexas se amontonaban para salir. Quería decirlas, pero quería seleccionarlas bien para evitar el debate infinito sobre ambigüedades. Tomó el vaso, bebió un gran trago de coñac.
Se durmió.

 Amaneció una vez más y Pedro había terminado su trabajo. Feliz y orgulloso de que gracias a él Pedro podía seguir viviendo entre sus libros, sus palabras y sus sueños.