martes, 29 de mayo de 2012

infinitamente efímera

Qué hermosa casualidad alzar la mirada hacia el cielo en el mismo instante en que pasa una estrella fugaz, y cuánto más bello es saber que al escribirlo esa estrella pasará cada vez que la lea.

domingo, 13 de mayo de 2012

En la piel del dragón

Pensando en su dragonidad el dragón se dio cuenta de que se estaba volviendo más humano. ¿Acaso pensar no había sido siempre una habilidad propia de los hombres? Siempre se había sentido un dragón por escupir fuego, portar grandes alas y gozar de fuertes garras en sus patas, pero sabía que ahora por darse cuenta de ello inevitablemente se estaba humanizando.

La tarde en el castillo estaba bastante gris y fría. El dragón, acostado en el techo de la alcoba de la Princesa, notaba poco movimiento en los corredores y patios exteriores. Sólo algunos guardias pasaban en los relevos de turno.
Algunas preocupaciones surgían a consecuencia de su primer razonamiento. ¿Qué pasaría ahora? ¿Podría seguir siendo un dragón o a su vez dichas características irían desvaneciéndose a merced del crecimiento de los rasgos humanos? Imposible responderse, sabía que debía esperar que pase el tiempo y observar. Sin embargo nuevas inquietudes se manifestaban forzosamente. ¿Perdería poder, capacidad, seguridad, dominio? Nadie como él había podido defender a la Princesa del peligro de los hombres, nadie más que él garantizaba la seguridad de ella, y del palacio en general. Durante años se había enfrentado a malvados hombres que intentaban atacar con razones muy diversas y a todos, sin excepción, había eliminado sin demasiada dificultad. Sus movimientos eran rápidos, precisos y efectivos. Pensando en ello se asustó de inferir que ahora, con la capacidad del razonamiento adoptaría también la posibilidad de duda, lo que implicaba para él (y sus funciones de dragón) una debilidad. ¿Cómo se libraría del trágico momento de vacilación en la lucha, si es sabido que es inconsciente, ergo inevitable?

Un temor a morir le nació repentinamente. La idea lo dejó perplejo por unos instantes pero luego pensó que si perder su dragonidad podría costarle la vida, entonces la muerte tendría sentido para su naturaleza (su existencia) de dragón. Claro que esto lo calmó en parte nada más porque la preocupación por la seguridad de la Princesa seguía siendo su deber primordial. ¿Qué pasaría con ella si él no podría cuidarla, si no estaría más ahí para defenderla? ¿Quién la salvaría del peligro de los hombres? Esta sensación comenzó a confundirlo. No estaba seguro si lo que lo asustaba era el temor de no cumplir con su misión esencial o que la fragilidad de la Princesa fuera vulnerada. ¡Qué terrible! La sola imagen de la blanca piel de la Princesa - de SU Princesa - siendo lastimada por la brutalidad de un hombre comenzaba a enloquecerlo.

Se había enamorado. Lo aceptó sin demasiadas vueltas, como fue aceptando resignadamente toda su humanización.

Pensó en estas cosas toda la tarde. La quietud otoñal y el período de paz en el imperio le permitían quedarse acostado descansando su cabeza, sus alas y todo su cuerpo, relajando hasta el último músculo. De a ratos exhalaba profundamente, y el suspiro se mezclaba con el sonido del viento contra los árboles del bosque real.

Al caer la noche ya se había dado cuenta de todo lo que significaba para él esta nueva realidad. No simpatizaba con su humanización, mucho menos con la idea de que el significado de su vida como dragón mute tan radicalmente, pero sobre todo, se sentía dramáticamente perturbado por la noción de estar enamorado de la Princesa. Se había dado cuenta, había concluido de que tarde o temprano iba a matarla. Ahora simplemente le quedaba asimilar el hecho de vivir con ese designio.