jueves, 27 de enero de 2011

night race

Trato de no mirar para atrás. Llevo ya más de media hora sin parar, mis piernas ya no dan más, pero en el instante en que aparece en mi cabeza la vaga idea de parar cierro los ojos y acelero a más no poder. No tengo muy claro por dónde estoy, las luces de las calles están casi todas rotas y la oscuridad de la noche sin luna no me deja encontrar ningún sitio familiar o que me recuerde a alguna calle por la que alguna vez (de día y más despacio) deambulé. Me duelen las rodillas pero sigo corriendo, en estos casos no se piensa en el dolor, ni en la dirección ni el tiempo. Ni siquiera se piensa si la decisión fue buena. Hay que correr, no se puede parar, está oscuro y la hora anterior ya está muy lejos.
Corro, salto unos bultos que parecen ser bolsas de basura abandonadas en la esquina. Tanteo mis bolsillos y noto que mis llaves ya no están, posiblemente se cayeron cuando trastabillé unas cuadras atrás. Los puchos por suerte siguen allí, junto con los caramelos de menta que recibí de vuelto cuando compré el atado, ni bien comenzaba la historia. Sigo corriendo mientras miro todas las ventanas de las casas cerradas, no veo ninguna puerta entreabierta, ni un filtro de luz por un cerrojo que me ilumine al menos un instante al pasar. Nada. Sigo a toda velocidad cada vez más agobiada, ya pasaron 26 horas desde que me desperté en el piso de aquella habitación en la que han transcurrido estos dos días tormentosos. El insomnio me viene secuestrando el sueño de las últimas semanas y a penas si he descansado fue por alcanzar límite resistible, ergo mis músculos flaquean sin embargo es necesario mover el margen un poco más allá (otra vez), hacer que la barrera de tolerancia se levante un poco más para que pase ésta, la última (como siempre).
No se cuánto correré ni de qué forma pueda llegar a dar el último paso, a dónde se frenarán mis pies y por qué razón, pero lejos, bien lejos de esa habitación y esa historia y ese cuento de fantasía que traspasó mi imaginación y convirtió mi realidad en algo insano, en un enjendro que no pude proteger, un monstruo que quiso convivir conmigo y dentro y fuera de mi mente. Un ser muerto o agonizante que yace en esa horrenda habitación, con parte de mi sangre manchando las paredes.